II
noviembre 13/ 2016
Despertar fue todo un
desafío. No recordaba una resaca tan fuerte desde hacía mucho tiempo. Había
dormido en la habitación de invitados, en una de las camas individuales, tras
beberse en el club una botella completa de vodka y comenzar con cocteles de
diferentes sabores. Shay le advirtió que estaba haciendo mal al beber tanto,
pero Bill quería, literalmente, ahogar sus penas en alcohol. Mientras se
preparaba en la cocina una mezcla que mejorara su resaca, Tom apareció.
—Ah, al final volviste a
casa —en realidad Tom había estado pendiente de su llegada y no durmió hasta
saberlo seguro, pero no iba a admitirlo tan fácilmente.
—No quiero hablar ahora,
Tom; me duele cabeza.
—Bebiste demasiado
alcohol, y sabes que no puedes hacerlo, por tu salud.
—Ya sé, ya sé —Bill se
fue de nuevo hasta la habitación en que había dormido, con el vaso en la mano;
ya allí, tomó un rotulador y le escribió “A Giant Bill”, le hizo una foto y la
subió a su Instagram Story: ya sabía que lo habían fotografiado la noche
anterior, al menos debía justificar su mala cara aceptando que estaba muy
borracho. Se quedó allí encerrado, acostado y en silencio, intentando dormir
todo el resto del día.
Mientras, Tom se metía a
las redes sociales que sabía siempre estaban pendientes de ellos, especialmente
de sus fans, porque si Bill no le contaba cómo había pasado esa noche, él al
menos tenía que llevarse una idea, su lado de hermano protector y su lado de
amante celoso se unieron con el mismo fin. Lo primero que vio fueron fotos de
paparazzi que le tomaron a Bill afuera del Delilah Lounge, y sí, él realmente
parecía no estar bien, se le veía apagado y cansado; pero luego vio otra imagen
colgada en su instagram por un conocido de ambos —Bill llamaba amigo o amiga a
muchas personas, pero Tom era mucho más cuidadoso con sus afectos— donde él
sonreía abiertamente, pasando un brazo por sobre el joven y posando para el selfie. Entonces, ¿Bill estaba sufriendo
o simplemente había decidido pasar hoja y olvidar?
—Creo que sí te divertiste
anoche —entró a la habitación de invitados donde Bill seguía recostado con el
brazo derecho tapándole los ojos.
—Tom, déjame en paz; me
duele la cabeza...
—No hubieras bebido tanto
entonces. Lo siento por ti pero no puedo quedarme callado porque explotaré...
Bill se sentó lentamente
sobre la cama.
—Habla entonces —miró
hacia abajo, intentando no enfocar el rostro turbado de Tom.
—Anoche... dijiste cosas
muy duras, que espero pienses mejor...
—No tengo que pensarlo,
Tom; necesitamos darnos espacio, decidir qué es lo que queremos realmente, qué
estamos dispuestos a sacrificar y qué... no. Prefiero que no estemos juntos a
que nos peleemos como ayer.
—¡Esa pelea fue tu culpa!
—Sí, claro, todo es culpa
mía, siempre; no quiero volver al mismo círculo vicioso, ¿entiendes? Le pediré
a Shiro que me busque un apartamento que rentar y...
—Ah, Shiro, debí imaginar
que su garra andaba metida en esto.
—¿Qué te traes con Shiro,
Tom?
—Es que no te das cuenta,
¿verdad? Como hemos sido sus juguetes, cuán mala ha resultado mucha de la
publicidad que nos ha gestionado como aquel programa para hablar de sexo, ¡cómo
no previno que preguntarían si tú y yo tenemos sexo juntos!, se veía venir,
pero creo que le gusta todo eso, por un lado casi obligándome a sacar a Ria a
todas partes y por el otro dándole por el gusto a quienes creen que tenemos
algo más que hermandad, ¡cualquier cosa le sirve!, y a mí no me gusta que me
manipulen así...
—Él y Shay nos apoyaron
siempre, desde que llegamos.
—Ajá, se fue haciendo
imprescindible, y luego lo dejamos dirigir nuestras vidas. Ya no, Bill, ya no
quiero eso.
—De verdad que no te
entiendo, Shiro ha hecho todo por nuestro bien...
—¡Pero lo ha hecho mal!
—No pienso igual que tú;
lo siento.
—Yo también lo siento
porque... nuestras desavenencias personales estén llegando a nuestro trabajo,
va a hacerse difícil trabajar así.
—Entonces tal vez... ya
ni siquiera debamos trabajar juntos... —lo había dicho muy calmado y Tom lo
miró fijamente, pero Bill no parpadeó.
—Creo que —Tom
titubeó—... mejor te dejo... pensar... las cosas que estás diciendo... y darte
tiempo de arrepentirte.
—Como quieras —Bill se
volvió a recostar y cerró sus ojos.
********************
El dolor sordo en su pecho se había instalado.
Tom sabía que eso era un mal síntoma; siempre que lo había sentido antes, había
estado a punto de perder a Bill por una u otra razón: cuando Bill se deprimió
en 2007, cuando tuvieron que operarlo en 2008, cuando tuvo aquel accidente de
automóvil en 2009, la noche exacta en que tuvo un affaire sexual con aquella modelo, en agosto de 2010; cuando él se
enteró de la verdad en 2011 y creyó que no sería capaz de perdonarlo. Luego,
muchas veces, el dolor llegaba y se iba, pero nunca con la persistencia que
estaba tomando en esos días.
Él sabía que esta vez el peligro era mayor, que
Bill parecía hablar del tema de separarse como si ya no le afectara tanto.
Incluso cuando Tom intentó por un tiempo hacer real su relación falsa con Ria,
Bill no se rindió: siguió teniendo fe en que todo se arreglaría al final, que
volverían a estar juntos, que solo era una mala racha, y que él había hecho
también una herida profunda y, por lo tanto, lo más justo era que le fuera
devuelta. Pero ahora hablaba de mudarse, de no trabajar más juntos, sin grandes
emociones, como si hubiera aceptado la separación como algo inevitable y, tal
vez, necesario.
Tom se preguntó si podría hacerlo también, si
podía contemplar calmadamente la posibilidad de ya no estar con Bill pegado a
su costado 24 por 7, de no tener sus caricias, sus besos, su sexo que lo
saciaba como nadie jamás lograría, su calor en las noches y su abrazo que le
espantaba cualquier miedo o angustia; y sí, tal vez Bill tenía toda la razón
cuando se burlaba de él en las entrevistas diciendo que Tom era mucho más
dependiente de su gemelo, que no podía estar más de dos días lejos sin volverse
un poco loco. No, Tom sabía que no podía separarse de Bill, que moriría si
tuviera que hacerlo, que ese dolor sordo se haría más y más fuerte hasta
romperle el corazón. Por eso, necesitaba entender lo que estaba ocurriendo, y
solucionarlo.
********************
A pesar de todo, continuaron trabajando juntos, y
unos días después mostraron al mundo el remix que ambos le habían hecho a la
canción “Fabienne”, de Nisse. Al día siguiente, estaban invitados a la
afterparty de los AMA, pero más temprano tenían un photoshoot para el nuevo
álbum, sui generis porque Georg y
Gustav lo hicieron desde Alemania coordinados con otro fotógrafo además del que
tomaba imágenes para los Kaulitz; al frente de la dirección artística estaba
Lado Alexi, quien además de artista y amigo era el esposo de Natalie Franz, la
que se había mantenido en sus vidas por muchos años ya y, a pesar de que ahora
tenía su propia empresa de cosméticos, no cedía en su empeño de seguir siendo
la estilista oficial de la banda.
Cuando Tom y Bill salieron de la locación
escogida para las fotos, Tom, quien una vez más conducía el auto mientras Bill
iba a su lado de copiloto, dirigió este hacia un famoso restaurante
especializado en comida afrodisíaca.
—Ni lo sueñes, Tom; no voy a entrar ahí —se
resistió Bill a bajarse del auto.
—¿Por qué no? Te encantan las ostras.
—Sí, pero quiero que vayamos a casa; tengo que
ducharme y cambiarme de ropa para la fiesta de Drake.
—Te ves bien como estás, y siempre hueles bien,
aunque no te duches, ya te lo he dicho muchas veces —logró sacarle a Bill una
sonrisa.
—¿Ostras? Entonces solo debo fingir que no sé qué
intenciones tienes cuando quieres que las comamos.
—¿Que tengamos sexo salvaje? Nunca necesitamos
ayuda para eso —en realidad, Tom ya extrañaba hacer el amor con Bill pero
parecía que este le rehuyera desde su pelea; o quizás era él quien no se
atrevía a acercarse por miedo a ser rechazado.
—Es cierto —Bill encogió los hombros y se levantó
al fin; Tom sonrió complacido.
Ya servidos, Bill fotografió la mesa para colgar
la imagen en su muro de Instagram.
—Le darás qué pensar a nuestras fans. A veces
eres demasiado cuidadoso y otras...
—Otras solo quiero dar qué hablar, porque no está
pasando nada fuera de lo normal aquí, ¿no? Somos dos hermanos comiendo
ostras... —se llevó una a la boca y la saboreó; Tom se quedó mirando sus
labios, casi hipnotizado. Miró alrededor luego, estaban rodeados de parejas,
fueran del mismo sexo o no... ¿era normal que dos hermanos, gemelos, estuvieran
allí comiendo ostras?
—Nunca hemos sido normales, ¿verdad?
—No —Bill se sirvió del vino blanco que pidieron
para acompañar, y empezaron a sonreír, conversar y jugar como si nada malo
hubiese pasado entre ellos.
Con ese ánimo se fueron a la fiesta en el Delilah
Lounge; ya allí, Bill no pudo evitar recordar su angustia de solo una semana
atrás que solo pudo ahogar con grandes cantidades de alcohol. Él también
extrañaba a Tom, pues aunque lo viera todos los días no era lo mismo que
besarlo, abrazarlo, respirar su olor, entrar en su cuerpo y hacerlo suyo,
reclamar toda su esencia; pero igual le seguía jodiendo mucho la actitud
cobarde de Tom ante los sacrificios que su relación les estaba demandando. Por
eso le había dicho que se mudaría. No obstante, la noche se estaba volviendo
demasiado excitante, o era él quién estaba excitado mientras miraba a Tom usar
un abrigo que había tomado prestado de su guardarropa y moverse al compás de la
música sin dejar de mirarlo con esos ojos... necesitados, a pesar de todos los
que allí sí los conocían.
Entonces comenzó a sonar esa canción que le traía
tan buenos recuerdos, “I love you so bad”, de LANY, la que en enero de 2015 ya
mencionado en su instagram: “Nunca había sentido de este modo, no puedo tener
suficiente, así que quédate conmigo. No es que tuviéramos grandes planes, conduzcamos alrededor de
la ciudad con las manos tomadas”. Tom se le acercó más, con una sonrisa
cómplice, cargada de intenciones. “Y necesitas saber que eres el único; todo bien, todo bien. Y
necesitas saber que me
mantienes despierto toda la noche, toda la noche. Oh, mi corazón duele tan
bien, te amo, bebé... tanto, tanto. Oh,
mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto”. De pronto, Bill dejó de
ver a la gente a su alrededor, en realidad estaba muy oscuro y parecía fácil
creer que no existía nadie más que los dos. “Frío rabioso completamente vestido, calor rabioso cuando te acercas...
a mí. Baila lento en estas noches de verano, nuestra bola de la disco es la luz
de mi cocina. Y necesitas saber que nadie
podría ocupar tu lugar, tu lugar. Y necesitas saber que estoy infernalmente obsesionado con tu cara, con tu cara. Oh, mi
corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto. Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto,
tanto.Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto,
tanto”. Tom estaba tan cerca ahora que Bill no podía verlo: se había situado
detrás suyo y hacía coro a la canción directamente en su oído. Bill tomó su
teléfono e hizo una foto de su entorno mientras Tom rozaba suavemente su
espalda y le susurraba: Tengo que ir al baño; no sé tú. “Y necesitas saber que eres el único, todo bien, todo bien. Y
necesitas saber que me
mantienes despierto toda la noche, toda la noche. Oh, mi corazón duele tan
bien, te amo, bebé... tanto, tanto. Oh,
oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto, tanto, oh”. Lo miró
alejarse entre la penumbra, y no lo pensó más, “Oh, mi corazón duele... Oh, mi corazón duele... Oh, mi corazón
duele... tanto, oh”.
Todavía sonaban algunos acordes de la canción
cuando se metieron a uno de los cubículos del fastuoso baño para hombres del
club, besándose y acariciándose como si quedaran solo segundos para el fin del
mundo y hubiera que aprovechar muy bien el tiempo; no hablaron ni una palabra,
solo sus cuerpos se expresaban entendiéndose en su propio lenguaje; jeans y
pantalones fueron a parar al piso, afortunadamente muy limpio. Bill se sentó
sobre la tapa de la taza y Tom, sosteniéndose de su cuello, se sentó en su
regazo, haciéndose penetrar sin mayor preparación que el deseo arrollador que
lo estaba consumiendo y las ansias por fundirse carne con carne con su gemelo.
Al inicio dolió un poco, pero como en esa posición él podía controlar la
intensidad y el ángulo del movimiento, pronto el dolor se convirtió en placer.
Sus voces se dejaban escuchar en gemidos y jadeos, en expresiones de “Mierda,
mierda, sí, justo ahí, justo así”. Estaban tan inmersos en su placer, en el
orgasmo que les llegó casi a la misma vez, que no escucharon cómo otras dos
personas entraban con las mismas intenciones que ellos pero desistían al
escuchar sus gritos y se marcharon entre risas. Con el papel sanitario a su
lado se limpiaron lo mejor posible antes de volver a besarse y quedarse un rato
frente con frente, recuperando el ritmo normal de la respiración.
—No creo poder quedarme mucho rato más en esta
fiesta, Billy; quiero que volvamos a nuestra casa.
—De acuerdo, solo deja que me despida de las
personas que conozco acá; y tú también, debes socializar un poco.
—No creo que pueda socializar mucho con tu semen
escurriendo entre mis nalgas mientras camino o converso con alguien...
—Ay, es cierto —Bill se rió—; disculpa.
—No, no te disculpo; todo está como yo quería que
estuviese así que... no hay arrepentimientos.
—¿No hay?
—No por mi parte; vámonos, Billy, no será la
primera ni la última vez que nos escabullamos...
—De acuerdo. Yo saldré primero y nos reuniremos
en la puerta de salida del club, ¿está bien?
—Está bien —asintió Tom dejando ver su más pícara
sonrisa.
Afuera, los paparazzi los fotografiaron
apresurándose al auto de Tom.
—Demoraste —dijo Tom cuando Bill entró unos
segundos después que él.
—No lo pude evitar, varios me detuvieron para
hablarme, pero estuve a dos pasos de ti todo el tiempo —se estiró hacia atrás
con una expresión satisfecha: no podía negar que tener sexo en un lugar
público, con el condimento del peligro, le daba una energía diferente, lo hacía
sentir eufórico; y constatar el efecto que seguía teniendo en su gemelo elevaba
su autoestima a niveles estratosféricos.
Tom arrancó y cuando ya se incorporaban al
tráfico nocturno de la ciudad, hizo sonar una canción en el reproductor; otra
vez se escuchó “Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto,
tanto...”.
—Nunca más podré escuchar
esa canción sin excitarme —casi jadeó Tom.
—Hmmm, ¿quiere decir que
sigues excitado... ahora?
—Solo espera que
lleguemos a casa y podrás comprobarlo por ti mismo.
********************
Despertar con Tom recostado, casi refugiado, en
su pecho, era algo que Bill realmente había extrañado durante esa semana. Y era
tentador dejar todo así, solo disfrutarlo sin trabas; pero en la cama ellos
nunca habían tenido problemas, la pasión siempre estaba dispuesta, la
excitación y el deseo se hacían presentes con solo una mirada, y jamás habían
quedado insatisfechos; incluso en los peores momentos por los que había pasado
su relación, incluso cuando Tom se engañó a sí mismo creyendo —por muy poco
tiempo— que con Ria tal vez podía superar lo que tenía con Bill, el sexo entre
los dos siguió siendo habitual y gratificante. Era fuera de esa zona de confort
que necesitaban construir paredes más sólidas que sostuvieran esa relación que
tantas veces se había resquebrajado; y esta vez, Bill no aceptaba menos que
todo; él quería todo de Tom: su amor, su pasión y su voluntad.
—Billyyyy —Tom despertó por el movimiento de su
gemelo al separarse—; quedémonos tranquilos un poco más.
—Duerme, Tomi, duerme; yo tengo cosas que hacer.
El sueño venció otra vez a Tom, quien normalmente
era difícil de despertar, mientras Bill iba a darse una ducha, beber algo de
café y sacar a los perros; tomar aire fresco mientras Pumba y Capper se movían
juguetones y curiosos a su alrededor siempre le ayudaba a pensar. Miró a los
perros olerse y jugar uno con el otro, e imaginó lo que se extrañarían si
realmente se mudara y llevara a Pumba consigo.
Cuando regresó a la casa, ya Tom había preparado
desayuno para los dos, y lo esperaba en la barra de la cocina. Esa mañana no
tenían resaca; no habían bebido suficiente para alegar que no sabían lo que
hacían la noche anterior cuando se arriesgaron a ser atrapados in fraganti cometiendo actos lascivos en
un lugar público; y, mucho peor, si después de atraparlos se supiera que eran
hermanos, los famosos gemelos de Tokio Hotel. El resultado sería un desastre
impensable. No obstante, tomaron los riesgos conscientemente; apostando por
algo nuevo.
—Sabes que tenemos que hablar, Billy; toma, hice
malteada de vainilla para los dos —le alargó una de las copas altas rellenas de
la sabrosa bebida.
—Gracias —le sonrió Bill, sincero, y se sentó
cerca suyo; había otras golosinas a su alrededor; Tom había sido diligente—,
realmente tengo hambre.
—Lo imagino; igual yo, anoche... gastamos muchas
energías.
—Sí, eres insaciable —se carcajeó Bill,
suavemente.
—Solo te extrañaba —le tomó la mano libre y
deslizó la suya para entrelazar sus dedos.
—Tom, yo... te amo, mucho, más de lo que tú
puedas saber, y te deseo, siento por ti todo lo que se puede sentir por
alguien: amistad, admiración, pasión, amor; tú eres mi todo, mi único...
—Tú eres lo mismo para mí.
—¿Lo soy? Yo ya no estoy tan seguro de eso,
cuando serías capaz de dejarme solo en Navidad para complacer a nuestra madre
que me odia...
—Eso no es cierto... —Tom lo soltó antes de que
Bill lo interrumpiera.
—¿No es cierto qué? Que Simone me odia o que me
dejarás solo para ir con ella. Tal vez debas pensar tu respuesta porque de eso
dependen muchas cosas.
—No puedo creer que me pidas escoger entre tú y
mamá.
—Solo quiero ser primero para ti, como tú lo eres
para mí, por encima de quien sea. Estoy dolido, Tomi, no te lo puedo negar, y
tú debes saberlo bien porque lo sientes a través de nuestra conexión; estoy
dolido porque exiges todo de mí, fidelidad, incondicionalidad, te pones celoso
de mis amigos...
—¡Ah, por favor, ¿tus amigos?
—¡Lo que sea! El caso es que tú no haces lo mismo
por mí a cambio.
—¡Bill! ¿Cómo puedes decir eso? Estás cansado de
saber que eres lo más importante para mí.
—No si se trata de nuestra madre. Recuerda cada
una de las veces que ella nos ha desafiado por nuestra relación, quién la ha
enfrentado, y quién se calló dejando que siempre yo quedara como el culpable,
el maldito.
Tom sabía que en eso Bill tenía razón, pero ¿cómo
podría él enfrentar de ese modo a su madre?, enfrentarse a su desprecio... Sí,
Bill lo hacía, pero a la vez hería con eso a Simone, y Tom no quería hacerle a
su madre más daño del que ya sabía había hecho por amar a Bill del modo que lo
hacía, de ese modo bizarro y prohibido para muchos tan difícil de entender.
—Billy, yo... sé que en parte tienes razón, y...
te prometo solucionarlo, solo... dame tiempo, ¿sí? Un poco de tiempo para
encontrar la solución.
—Yo veo muy clara la solución: es cuestión de
elegir si eres valiente como para quedarte conmigo o prefieres ser el niño
bueno de mami... sin mí.
—Espero poder encontrar un punto medio, ¿sí?;
dame tiempo para hacerlo.
Bill lo pensó unos instantes; sí, estaba
presionando a Tom pero, a su favor, él lo creía necesario.
—¿Crees que no puedo encontrar alguien bueno para
mí? Me dolerá pero puedo encontrar personas que me aprecien verdaderamente, si
tú no lo haces. Así que... el último plazo será Navidad, Tom; luego... mi mente
estará abierta para algo nuevo.
Tom sintió la conocida punzada de los celos, y su
reacción fue acercarse a Bill, abrazarlo apretadamente, oler su aroma que lo
embriagaba, hablarle al oído.
—Eres mío, Billy; no vas a librarte de mí,
¿entiendes?
—No quiero hacerlo, Tomi, lo juro —le acarició la
mejilla y luego lo besó, suavemente. Entre besos, caricias y susurros, se
fueron a su habitación compartida.
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