IV
Fue excitante para todos
salir a la calle en Loitsche, ver a los vecinos y saludarlos como si los
encontraran todos los días, toparse entre la multitud a fans que no se les
fueron encima para arrancarles la ropa o las joyas —como había ocurrido en el tour
anterior— sino que se acercaron tranquilamente a decirles cuanto admiraban su
trabajo en la música, a darles ánimos, y a pedir un selfie con ellos;
especialmente porque poco antes de navidad habían lanzado el primer single del
álbum: “Something new” y antes de que se acabara el año saldría otra más de las
canciones ya listas “What if”.
A pesar de que normalmente era muy amable con
sus admiradores, Tom dio una excusa para no fotografiarse pero Bill sí aceptó,
y puso ante cada cámara su mejor sonrisa. Simone los miraba desde una
prudencial distancia, orgullosa de lo que sus hijos habían alcanzado; se dijo a
sí misma que debía batallar para que ese fuera el sentimiento que imperara al
pensar en ellos, y no la vergüenza, ni la ira, ni la decepción.
Bill y Tom, no obstante,
no se quedaron mucho tiempo más en Magdeburg; Georg y Gustav no estaban en la
ciudad tampoco, puesto que enseguida de la navidad habían hecho viajes
familiares y románticos para esperar el año nuevo, lo cual era justamente el
plan que los Kaulitz tenían: una escapada romántica invernal.
Primeramente fueron a
Berlín, donde dejaron en un apartamento alquilado —en Alemania tener una
residencia fija era para ellos un peligro potencial de ser acosados— la mayor
parte de su excesivo equipaje y aprovecharon a hacer algo de vida de turistas
allí, puesto que casi siempre que habían estado antes en la ciudad se veían
prácticamente obligados a mantenerse tras las paredes del hotel o la casa que
los cobijara. Luego, se fueron a Ällgau, ese lugar hermosísimo al que el año
anterior se habían tenido que llevar a Ria también.
—El paisaje se ve mucho
más brillante sin la sombra de la zorra, ¿no? —ironizó Bill mientras caminaban
con sus perros por los senderos montañosos.
—Ay, Billy —Tom rio
ligeramente—, ¿no podemos olvidar que ella existe?... al menos hasta que tenga
que lidiar con el divorcio de nuevo —ya sabían que Ria no había aceptado los
términos: su ambición se hacía patente y exigía más compensaciones monetarias
de las que Tom estaba en condiciones de pagar.
—Bien, olvidémosla.
—Excelente; hay que
aprovechar que no hay fans a la vista.
—Ugh, sí, Tomi, de nuevo
encontramos fans en cualquier parte; no sé si me gusta eso, o me molesta...
—Las dos cosas, ¿no? Me
gusta porque quiere decir que no nos han olvidado; pero me preocupa que alguien
esté cerca cuando hago esto —lo haló hacia sí para besarlo profundamente; Bill
se abandonó en el beso, y los perros solo se sentaron unos instantes,
acostumbrados a que cuando sus padres humanos se agarraban de ese modo ya no se
podía seguir caminando por un buen rato.
Estuvieron en la
población solo hasta el día de año nuevo, porque ya les habían contado que allí
se daban las mejores celebraciones, para luego irse a otra sorpresa que Tom
había preparado, al otro lado de la frontera entre Alemania y Austria: un
pueblo turístico llamado AlmZeit promocionaba su estancia de invierno en unas
cabañas que quedaban frente a la pista de patinaje.
Aunque desde su llegada
todo el ambiente le pareció excelente a Bill, el mayor asombro vino cuando
encontró sobre la mesa el folleto del lugar en el que estaban: Das
Almdorf-Hochzeiter-Hütte, o sea, Cabaña de Boda de El Almdorf, equipada con
dormitorio de madera con cama king size, casa de árbol con puente levadizo,
cuarto de baño con bañera de madera, ducha y WC, cuarto infrarrojo, cuarto de
ropero, estufa con chimenea abierta, terraza de sol y balcón, minibar, TV y
Radio Tivoli.
—¡Es demasiado romántico,
Tomi! Me dan ganas de presumirle a todos adónde me has traído.
—Pues hazlo, no me
importa.
—¿De veras? Entonces...
déjame tomarle una foto a nuestro desayuno —hacía solo unos segundos que el
servicio del hotel había traído un pedido hecho desde días atrás; Bill se las
arregló para que se viera bien el encabezado del folleto promocional—; quien
quiera ver, verá...
—Es bueno saber que hay
personas que disfrutan sabiéndonos felices; y solo esas personas entenderán
este signo, ¿no?
—Así es. Me imagino sus
caras cuando vean lo de Cabaña de Boda; ya veo cuáles son tus intenciones al
traerme aquí: luna de miel...
—Pues... lo que me
fascinó fue esa bendita casa del árbol con puente levadizo... Me imaginé
hacernos el amor allí, apartados del mundo, sin que nadie pueda llegar a
nosotros si no se lo permitimos.
—Lo dicho, eres todo un
romántico. La casa del árbol igual nos trae muchos recuerdos... de pequeños...
cuando aún... éramos solo hermanos...
—Ajá, y luego le pusimos
ese nombre a nuestra empresa: Treehouse.
—También recuerdo que en
la casa del árbol en la casa de los abuelos, nos escondíamos para... tocarnos,
besarnos...
—Sí, eso también, éramos
unos niños entonces.
—Pero yo siempre te he
amado, Tomi... —se le fue encima para besarlo y lo arrinconó contra una de las
paredes de madera que los protegían del frío; Tom se dejó hacer por un rato
pero luego lo separó con delicadeza.
—Desayunemos; necesitamos
las fuerzas antes de... hacer nada más; nos conozco y terminaremos
desfallecidos, muriendo de hambre y sin conocer nada de AlmZeit en todos los
días que estaremos aquí.
—Está bien, hermano mayor;
te concedo razón en eso —Bill se sentó en la mesa y tomó una de las fresas, la mordió y dejó que
el jugo le corriera por la comisura de los labios; esa provocación bastó para
que Tom se acercara a lamerlo y limpiar el delicioso líquido rojizo antes de
que cayera sobre su ropa; así se enzarzaran en otra ronda de besos apasionados.
Tom terminó sentado de lado sobre el regazo de Bill mientras se alimentaban uno
al otro con toda la apetitosa comida en la mesa; conocer AlmZeit quedó para
unas cuantas horas después, puesto que la cómoda cama kingsize tenía varias
ofertas para ellos: hacer el amor, lenta y dulcemente, y luego dormir uno en
brazos del otro.
A pesar de que no
pensaban encontrarse fans en un lugar tan inusual para ellos, fuera de la
acogedora cabaña que rentaran trataban de no tomarse las manos, o besarse, pero
aún así pudieron escuchar a algunas personas, turistas que hablaban inglés
especialmente, llamarles “twinsies”. Bill, con su natural curiosidad, quiso
saber a qué se referían; porque la gente no decía: hey, son “twins” sino
“twinsies”, y no entendía el sentido. En internet encontró varias acepciones
populares, pero hubo una que le pareció la más apropiada: «mejores amigos
(usualmente chico y chica) que son casi idénticos en todo pero no están
relacionados familiarmente en verdad, así que si están uno con el otro o se
juntan como pareja, no sea raro”, algo
así como: «Oh, Dios, somos como gemelos, pero salimos juntos y te gusto, somos twinsies!!»”; se echó a reír solo al
entender de qué se trataba el comentario y luego le contó a Tom.
—La gente acá cree que
somos pareja...
—¿En serio? —Tom rió—.
¿Por qué lo crees?
—Por esto —le mostró su
hallazgo y Tom entendió.
—O sea, creen que somos
una pareja de dos tipos que parecen gemelos pero no lo son, así que no es raro
que estén juntos, ¿no? Jaja, ¡y eso que ahora nos parecemos mucho más que antes
en el estilo!
—Sí, nosotros más bien
somos twinzies... con z...
—¿Por qué?
—Porque somos los
Kaulitz, con z, y nosotros no parecemos gemelos, lo somos; y nos gustamos,
somos una pareja, aunque sea raro...
—Sí, es cierto.
—Twinsie también se le
llama a una foto de dos personas, especialmente una pareja, en la misma
posición, así que... hagámonos una... —estaban parados muy juntos en el hielo,
a punto de comenzar a patinar.
—Ok —Tom lo agarró desde
atrás por la cintura y ambos sonrieron para la cámara del teléfono—. Supongo
que por vernos así como ahora es que creen que somos pareja...
—Dejemos que lo crean; si
total, es verdad.
Ambos rieron alborozados.
Realmente esas vacaciones de invierno les estaban haciendo mucho bien.
El restaurant de la villa
era verdaderamente acogedor: cerca de cada una de las mesas había una pequeña
chimenea que llenaba todo el lugar de una encantadora calidez, así como la
penumbra y la fina vajilla. No más entraron, Bill vio a una persona muy
parecida a su padrastro sentado en una de las mesas: “¿Te imaginas que mamá y
Gordon estuvieran aquí?”, tocó a Tom con el codo y este dio un respingo: “Mejor
no, Bibi; tenemos que conservar la paz lograda... Quizás un día...”. Bill ya no
tenía muchas esperanzas de que un día Simone de veras los aceptara, pero aceptó
la optimista esperanza de Tom. La comida resultó tan agradable como el lugar
así que se acercaron, utilizando su estatus de famosos por una vez, a la cocina
del lugar, donde los aceptaron con alegría y amabilidad, les explicaron todo, y
se tomaron fotos con ellos.
Al regresar a la cabaña,
Pumba y Capper los rodearon, ansiosos por dar un paseo, así que les
complacieron; pero al regresar, y ya con sus hijos de cuatro patas cómodamente
instalados para dormir uno pegado al otro como acostumbraban a hacer imitando a
sus padres humanos, Tom arrastró a Bill hasta la casa del árbol.
—Desde acá se ven todas
las estrellas, Billy... —lo hizo sentarse sobre el suelo de madera, a su lado.
—Sí, es una bella vista
—Bill hasta sintió deseos de suspirar—. La noche está tan despejada que si pasa
un ovni lo veremos...
—Tal vez el alien nos vea
a nosotros y nos lleve a su nave...
—Mientras sean aliens
benefactores, como los Arcturianos, me parece bien.
—¿Sí? ¿Incluso aunque te
llevaran a ti solo y me dejaran a mí en la Tierra?
—¡No! ¡¿Cómo se te
ocurre?! No te dejaría...
—¡Ah! —Tom dejó salir una
risa ligera y luego se lanzó sobre Bill para hacerle cosquillas—; yo tampoco te
dejaría, hermanito...
—¡No! ¡No! ¡No me hagas
cosquillas! ¡Para! —Bill luchó para liberarse hasta caer sobre Tom que solo se
reía como un niño, porque de pronto se sentía así; aunque el calor de Bill
sobre él, y la erección que empezaba a topar con su abdomen, le devolvieron a
otra realidad: ya no solo eran aquellos hermanitos juguetones de la casa del
árbol de la abuela, también eran amantes, se amaban y se deseaban, eran
jóvenes, y estaban llenos de energía.
Acariciados por el calor
de la chimenea, Bill se quitó sus ropas e hizo lo mismo con Tom, a quien no
dejaba salir de bajo suyo: cada vez que lo intentaba, Bill lo disuadía con
besos y caricias que lo desarmaban. Una vez estuvo desnudo, Bill colocó una
hilera de besos por todo el pecho y el abdomen de Tom hasta tomar en su boca la
erección gemela de la suya; Tom le correspondió con un gemido desesperado: sí,
eso se sentía muy bien, pero quería más, quería tener a Bill dentro suyo,
quería ser uno con él. Ese deseo también se cumplió pronto, cuando, tras
prepararlo con sus dedos a la vez que le daba sexo oral, su gemelo lo instó a
colocar las piernas a cada lado de sus caderas y lo penetró. Se le escapó un
grito de satisfacción, y luego jadeos y gemidos expresando el placer que sentía
en esa situación, el amor que en esos momentos se comunicaban a través de la
piel y de los ojos, de esas miradas que decían más que mil palabras. Un rato
después, Tom logró al fin moverse de bajo Bill y cambiar la posición a la que
más le gustaba: él sobre Bill, cabalgándolo, subiendo y bajando a su propio
ritmo sobre aquel “pene delicioso” como él lo llamaba, a la vez que podía apoyarse en su pecho,
besarlo, mirarlo a los ojos; no había mejor sensación.
Los días de vacaciones
invernales pasaron así, y a pesar de que ninguno quería que terminaran, también
sabían que debían terminar el álbum, que el mundo real los esperaba. No
obstante, antes de que se marcharan de AlmZeit, el mundo real irrumpió en la
escena: mientras patinaban sobre el hielo, el móvil de Tom sonó; pero era Bill
quien lo sostenía porque Tom estaba dando vueltas por la pista en ese momento,
sintiéndose libre. Miró la pantalla y vio el nombre del abogado nombrado para
el divorcio de Tom; lo tomó.
—Hola.
—Hola, sr. Tom Kaulitz.
—Soy su hermano, Bill;
pero puede decirme lo que sea y yo le daré la información a Tom.
—Pues... sí, está bien;
él me ha contado que ustedes no tienen ningún secreto uno con el otro.
—Así es.
—Bueno, solo quiero
avisarle que se está programando una conferencia entre las partes, para
febrero; la fecha exacta se la informaremos más tarde.
—Ese divorcio se ha
extendido demasiado, ¿no?
—Es porque la esposa no
acepta las condiciones económicas; está demandando más.
—Ah, ya —Bill se sentía
hervir de rabia—; de acuerdo, le digo a Tom.
Colgó y, con uno de esos
exabruptos que a veces no podía controlar, lanzó el teléfono lejos; Tom vio el
gesto y fue hasta allí.
—¡Billy!, ¿por qué
hiciste eso? Acabo de arreglar ese teléfono... —lo tomó del suelo y vio que
estaba dañada una parte de la pantalla y de la cubierta posterior—. ¿Estás
loco?
Bill reaccionó viendo lo
que había hecho.
—Ay, sí, discúlpame,
Tomi, por favor, yo... me exalté con una llamada que tomé... y... no sé por qué
hice eso, perdí el control, es que... esa mujer me exaspera...
—¿Tomaste una llamada que
era para mí? ¿De quién? —no era la primera ni sería la última vez que Bill
tomaba una llamada que era para Tom, muchas veces porque el propio Tom le daba
el teléfono ante la insistencia de alguna fan que, de algún modo misterioso,
hubiera conseguido su número; una de esas veces Bill, rabioso, le pidió que lo
dejara romper el teléfono, y Tom asintió diciendo: “Rompe esa cosa”.
—Era tu abogado, para
decir que programarán una conferencia entre las partes porque la maldita de Ria
no acepta las condiciones económicas; la perra quiere más y más, y ese divorcio
no acaba de terminarse...
—Ah, es eso.
—Te avisarán la fecha
exacta luego.
—Y no iré.
—Pero...
—No voy a hacer ningún
trato más con ella; ya le di demasiado y ella... solo me traicionó. Fui un
ingenuo pensando que de verdad había sido mi amiga alguna vez.
—Lo siento, Tomi; yo...
compraré otro teléfono para ti.
—No, déjalo así; lo
precintaré y lo mantendré conmigo para que me recuerde no confiar tanto en las
personas.
Bill le tomó la mano y se
la apretó; luego le dio un abrazo apretado que ambos necesitaban.
Antes de marcharse con
rumbo a Berlín, tomaron varias fotos más de los bellos paisajes a su alrededor,
incluyendo una desde el balcón de la casa del árbol, pero esta vez de día, y
Bill no pudo evitar ponerle un comentario: “Sobredosis romántica”; ya estaba
dicho, quien quisiera entender, que entendiera.
*****************
El álbum aún no estaba
terminado, pero ellos ya habían comenzado a promocionar el tour. En medio de la
Berlin Fashion Week ambos fueron invitados a una cena ofrecida por Lala Berlin.
Encontraron a mucha gente importante del
mundo de la moda allí, entre ellas una
modelo germano-iraní llamada Shermine, con la que ambos habían compartido antes
en eventos en USA. Esta vez, aunque ella tenía un novio millonario, insistía
visiblemente en acercarse a Bill. A Tom se le movió el mundo, puesto que esa
situación le recordaba el dolor de la traición de Bill con una modelo mayor que
él —esta también lo era, tenía 34: a Bill le gustaban las mujeres mayores, y a
ellas les gustaba Bill—; se acercó y lo escuchó diciéndole a la chica:
“Prefiero estar solo, ¿sabes? Es menos doloroso.”
—Lástima —contestó
Shermine—, porque eres un bello rompecorazones; no puedo imaginar cómo alguien
no te retornaría el amor.
—Ah, ¡no es cierto! —Bill
dejó salir una risa nerviosa y acercó su rostro al de ella para el selfie que
le pedía; luego vio llegar a Tom y se alejó: quería decirle “No es nada de lo
que estás pensando”, pero no podía delante de esa toda esa gente, delante de la
modelo; pudo sentir la inquietud de su gemelo y solo atinó a tomar su brazo y
acercarlo a la conversación—. ¿Escuchaste eso, Tomi? Dice Shermine que soy un
rompecorazones, ¿qué crees tú? Tú conoces todos mis secretos...
—Bill... —Tom dejó salir
su sonrisa cínica ante la mujer— es un rompecorazones, solo que se hace el
santo; yo lo conozco bien, sí.
—Ya lo sabía —palmeó ella
dejando salir su sonrisa amplia y guiñándoles un ojo a ambos.
Afortunadamente, los
llamaron para una de esas pequeñas entrevistas que les hacían los medios en
cada lugar al que iban y Bill vio el momento justo para asegurarle a Tom
mientras caminaban al lugar que “Shermine es así, coqueta; pero yo no coqueteé
con ella, te lo juro”. “Más te vale”, murmuró en un tono bajo Tom antes de que
pusieran sus sonrisas de show y empezaran a responder preguntas.
Para el final, el
entrevistador les hizo una pregunta jocosa: “¿Algún anuncio que hacer?”
—Quiero decir que estoy
completamente abierto para algo nuevo —dijo Bill entre risas, no pudiendo
evitar utilizar la ocasión para provocar a su gemelo después de su pequeña
escena de celos; a Tom, aunque También rió, no le resultó tan graciosa la
frase, así que a Bill solo le bastó mirarlo unos segundos para decirle sin
palabras: “Es broma, bebé. Solo te necesito a ti”.
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